domingo, 9 de agosto de 2009

En cariñoso recuerdo de Raúl Buholzer para ALFONSO CALDERÓN SQUADRITTO (1930-2009)

Premio Nacional de Literatura 1998.

Fuimos íntimos amigos con ALFONSO, casi como hermanos durante más de tres años de nuestra adolescencia, dos años como alumnos internos en el Liceo de Hombres de Temuco y el otro año en el Instituto Pedagógico de la Universidad de Chile.

En el año 1946 él ingresó, como alumno interno, al quinto año de Humanidades del Liceo de Hombres N°1 de Temuco, hoy día Liceo Pablo Neruda, cuando yo cursaba el cuarto año de Humanidades, en el Internado del mismo Liceo. Todos los compañeros de su curso venían desde el primer año como alumnos internos y tenían de promedio cerca de tres años de edad más que ALFONSO, quien recién se integraba. Estaba allí en un ambiente desajustado para su edad.

Nos hicimos amigos desde el primer mes de ese mismo año en el que él ingresó a nuestro colegio. A pesar de que éramos de cursos diferentes nos hicimos grandes amigos desde el momento en que nos conocimos, tanto fue así que lo convencí para que se trasladara al dormitorio nuestro, o sea al de los alumnos del cuarto año. Al lado derecho de mi cama dormía mi amigo Hernán Muñoz, quien sigue actualmente siendo íntimo amigo desde hace casi setenta años. Al lado izquierdo de mi ubicación en ese dormitorio instaló su cama nuestro nuevo amigo, ALFONSO CALDERÓN. Se integró de inmediato a nuestro grupo, lo quisimos muchísimo, era muy comunicativo. Conversábamos largamente, tanto él con sus temas de literatura como yo con mis temas de física. Él era indudablemente el más joven de su clase, tenía dos años y medio menos que la mayor parte de los compañeros de su curso. Mi nuevo amigo había comenzado sus estudios, apenas cumplidos los cinco años de edad, por deseos preclaros de sus padres. Esto le sirvió para tener grandes ventajas intelectuales frente a los amigos de su misma edad e incluso de su mismo curso. Yo comencé a estudiar a los seis y mientras él estaba en quinto yo estaba en cuarto año de Humanidades. Por su corta edad el ambiente de su curso de quinto año de Humanidades no era muy acogedor para ALFONSO. En esos años los adolescentes acostumbraban a usar sobrenombres, le decían “el guagua Calderón”, “el chico Calderón”, etc. Como yo era el campeón de ajedrez del Liceo tenía algunas influencias. Conseguimos con el Vice Rector del Liceo su traslado a nuestro dormitorio, ya que su edad estaba más cerca de la nuestra que de la de los compañeros de su curso. El contacto de él con los de su curso se efectuaba solamente cuando tenían las horas de clases. Asimismo su relación con nosotros también estuvo en el comedor, en deportes y en la vida diaria. Vivíamos como en una misma casa con él, o sea en un ambiente familiar. Era para nosotros como un sabio en literatura, le creíamos más a él que a nuestra profesora de castellano. En el colegio era normal que a veces tuviésemos malos encuentros y disgustos con nuestros compañeros, pero con él jamás hubo una relación de disgusto, era muy simpático y muy modesto con sus conocimientos. ¡Lo queríamos muchísimo!

Su pasado infantil y adolescente anterior le fue complicado, por tener que convivir siempre con los compañeros de su curso de mucha más edad y además se debió cambiar varias veces de ciudad. Antes de llegar a Temuco ALFONSO pasó por varios otros colegios y esta vez encontró en el Liceo de Hombres de Temuco un verdadero paraíso comparado con otras experiencias, por esto estaba muy contento con nuestra nueva amistad y aprecio.

ALFONSO CALDERÓN fue desde su infancia un apasionado por la literatura. Era su mundo, así que todo lo que se escriba sobre él al respecto tiene una dimensión inferior a la que él llevaba en sí mismo. Leía continuamente libros que iban más allá de los recomendados por sus profesores y esto nos servía a nosotros como fuente de consulta antes de dormirnos. Él y otro de nuestros amigos y compañero de curso, Arturito Jofré eran de la misma edad, ambos muy estudiosos, pero de una diferencia de intereses muy grande. Uno estaba sumido en la literatura y el otro en la química y en la biología. Ellos eran como nuestros hermanos menores, por su edad e inocencia, eran muy queridos por los integrantes de nuestro dormitorio.

Terminado sus estudios secundarios, ALFONSO se trasladó a Santiago a estudiar Pedagogía en Castellano a la Universidad de Chile. Desde la residencial donde vivía en la calle República me ofreció e invitó a que cuando egresara del Liceo me fuera a vivir igualmente allí a República. Quedaba a escasas cuadras de donde funcionaba en esos tiempos el Instituto Pedagógico de la Universidad de Chile. Cuando al año siguiente, en 1949, ingresé yo también al Pedagógico a estudiar Matemáticas y Física, me encontré con que su residencial estaba completamente copada, pero él me consiguió otro excelente hospedaje ubicado en la misma calle. Quedamos viviendo en dos lugares diferentes, pero a menos de cien metros. Nos visitábamos a diario, él me contó que estaba en círculos literarios con Pablo Neruda y sabiendo que yo había conocido a Neftalí Reyes como un vecino de mi familia en Temuco, me invitó a participar en estos encuentros efectuados en la capital. ALFONSO estaba ya por sacar su primer libro de literatura y cuando lo hizo le mandó el primer ejemplar a su madre y solemnemente me regaló y dedicó el segundo ejemplar de “Primer consejo a los arcángeles del viento”. Me lo regaló abrazándome y diciéndome que lo hacía de todo corazón a su mejor amigo, no me permitió por ningún motivo, a pesar de mis muchos esfuerzos, que yo le cancelara este segundo ejemplar.

Eran los años en los que ALFONSO estaba profundamente apasionado por la Literatura y yo a su vez por la Física. Me dijo un día muy preocupado, que estaba apenado porque había aparecido una crítica escrita muy dura y con palabras soeces de un seudo literato quien decía haber leído su libro y concluía que el contenido conllevaba algo sexual prototípico de los adolescentes. Yo por supuesto le di ánimo diciéndole que deje que los perros ladren, o algo parecido.

Mi amigo fue siempre consecuente con los deseos de su infancia y adolescencia, fue un amante de la Literatura a tal extremo que estuve antes de su fallecimiento, una semana entera por medio de Internet, comparando la cantidad de sus obras y otras publicaciones con las numerosas de Pablo Neruda y mi amigo ALFONSO CALDERÓN SQUADRITTO fue en cantidad más fructífero que su maestro. Sus memorias de tres mil páginas superan, y con razón, las de cualquier otro escritor.

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viernes, 14 de septiembre de 2007

jueves, 13 de septiembre de 2007

En cariñoso recuerdo de Raúl para su MADRINA LUCINDA

Don Pedro Aguirre Cerda tenía la consigna de que “gobernar es educar”. Cuando fue candidato fue invitado por mi padre a Los Laureles. Apenas asumió el poder se construyó la Escuela pública N°1 de Los Laureles. A ella se vino a trabajar mi MADRINA LUCINDA.

Ser ahijado de la profesora fue una situación que recuerdo me convirtió en un niño mimado. Desde el primer día de clases, para los demás compañeros de curso, Raulito era un alumno ejemplar. En ese día fue cuado, mi MADRINA LUCINDA, le dijo a José Sanceledonio, hijo del español dueño de la panadería, "¿por qué lloras José? Los hombres deben ser valientes, mira a Raulito, él sabe que don Alberto lo va a venir a buscar a las 12 y míralo, está feliz aquí en clases. No llores, porque don José se puso de acuerdo con don Alberto para venir juntos a buscarlos". Treinta años después, con Pepe fuimos colegas en la Universidad Técnica del Estado.

Como tenía santos en la corte entré a estudiar, no a los 7 años que era lo reglamentario, sino que casi a los 6. Me adelanté a estudiar un año a lo que era habitual, ya que la profesora del primer año era mi MADRINA. Mi MADRINA fue pues mi profesora inicial de las preparatorias. La señorita LUCINDA (40) me tenía asiento en primera fila frente a ella y como era tradicional tenía un escritorio a la cabeza de todos los alumnos, desde allí pasaba lista y dictaba parte de la clase.

Ella, que era soltera y no tenía hijos, estaba chocha con su ahijado y sabía todas las gracias que yo hacía, entonces tocaba un tema con cosas que tenían relación con lo que yo sabía y me ponía como ejemplo. Era totalmente imparcial para sus análisis.

Meses antes de entrar a clases, mi padre me había traído de Santiago un equipo completo de objetos de estudio. Le entregó a nuestra niñera, Blanca, todos los materiales escolares y entre ellos un lapicero y los tinteros correspondientes. Ella me acompañaba al colegio desde los primeros días y me dejaba con sendos paquetes en mi bolsón, con esos elegantes materiales. Como Blanca no se ubicaba muy bien en lo que yo debía usar, entonces desde el primer día me envía pues cargado a clases con un montón de cosas, entre ellos con una pluma metálica para escribir. En los primeros días de clases, con este lapicero especial, ensucié a medio mundo. La pluma metálica de éste tenía un pequeño depósito para que la tinta alcanzara para escribir no una letra sino sílabas completas. Mi padre que era un viejo chocho me compraba cosas con invenciones europeas en el negocio que funcionaba junto al consulado suizo en Santiago y me compró una cantidad de estos novedosos materiales escolares, entre ellos este lapicero que acumulaba automáticamente una gota de tinta al introducirlo al tintero. Descubrí que si movía rápido o sacudía el lapicero éste lanzaba lejos su gota mágica. Esa gota ensució a mis amigos que se sentaban en mis cercanías y produjo trastornos que mi imparcial MADRINA los cubría con justificadas explicaciones. Días después, en reemplazo de mi niñera, fue mi madre a dejarme al colegio y le regaló el lapicero a mi Madrina LUCINDA. Estuve en clases con la señorita LUCINDA también en la segunda preparatoria, donde por supuesto continué siendo indudablemente un envidiado alumno modelo.

Cuando estaba en la segunda preparatoria, la muerte repentina de mi padre originó profundos cambios en mi familia. Entonces cuando terminaba de cursar el segundo año, se traslada mi familia de Los Laureles a Temuco. Mi MADRINA viajaba de vez en cuando a esta ciudad a visitar a mi mamá. La recordé siempre como muy simpática y también en los años posteriores cuando mis profesoras ya no me mimaban, ni me hacían los cariños de ella.

Daniel Rodríguez, era el Rector del Liceo de Hombres de Temuco, hoy Pablo Neruda, y yo el Presidente de los Profesores por lo que teníamos una gran amistad relacionada con nuestras obligaciones. Yo tenía alrededor de treinta años y me encontraba trabajando en el Liceo de Hombres N° 1 de Temuco, mientras hacía clases, va un Inspector del Liceo a decirme, “que don Daniel me necesita y me ha pedido que yo me quede con el curso y que usted debe ir de inmediato a su oficina”. “¿Usted no le dijo que yo estoy haciendo clases y que puedo ir a la hora del recreo?” “No, pero se que es muy urgente, usted no debe dejar de ir de inmediato”.

Llegué a la Rectoría, me asomé de inmediato sin tocar a la puerta, y me encontré con una señora de unos sesenta años, que me miraba fijo con sus ojos llenos de lágrimas y me dijo: “Raulito, vengo a despedirme, soy LUCINDA, tu MADRINA, ¿no te acuerdas de mi?” “Si, ahora claramente”. “Yo te he visto crecer sólo en fotografías, tu padre me llenó de fotos de cuando eras muy niñito y después la señora Clotilde me enviaba fotos de su taller fotográfico de Temuco”. Luego ella me dice, “me están esperando en un vehículo, me llevan a otro lugar y no nos veremos muy pronto. Yo tenía muchas ganas de despedirme de ti y ahora me voy contenta”. “¿A dónde se va MADRINA?” “No me preguntes más, don Daniel lo sabe”. Esta conmovedora despedida me dejó muy intranquilo y por mucho tiempo. Mi amigo Daniel guardó el secreto bajo siete llaves, hasta el día de hoy. Indirectamente después de un tiempo, conversado con los colegas amigos de Daniel, me di cuenta que ella iba muy enferma a uno de esos sanatorios sin regreso, enferma quizás de cáncer, o del pulmón, o del corazón. Las operaciones de bypasses al corazón aparecieron décadas después. Es posible pensar que mi profesora seguramente se fue al Sanatorio de San José de La Mariquina, donde a los enfermos se les daba solamente calmantes, ya que padecían una de las muchas enfermedades llamadas terminales en esos tiempos.

Le conté a mi mamá de la sorpresiva despedida de mi MADRINA, ella se preocupó mucho y quedó de averiguar a cuál Sanatorio se había ido la señorita LUCINDA, pregunta que no pudo dilucidar nunca. Los Sanatorios guardaban celosamente el secreto de sus pacientes.

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domingo, 9 de septiembre de 2007

viernes, 7 de septiembre de 2007

En cariñoso recuerdo de Raúl para SALVADOR ALLENDE GOSSENS (1908-1973)

Siempre pensé que mi vida iba a estar destinada a aquello que me apasionaba desde mi juventud cuando comencé la investigación científica en torno a un problema considerado insoluble desde la época de los griegos, situación aún sin resolver. Al finalizar mis estudios secundarios conseguí para estos objetivos una aproximación de 6 cifras significativas. Lo abordé por años y esto si que me gustaba muchísimo. Por esta investigación, de la relación entre ángulos y líneas en un triángulo cualquiera, sin usar las tablas trigonométricas, conseguí con el entonces Decano de la Facultad de Matemáticas, Carlos Videla, que se me otorgara una beca para mis estudios universitarios. En la educación secundaria me ayudaron financieramente los masones por medio de la Liga de Estudiantes.

Las circunstancias ajenas a mi voluntad no me permitieron seguir el camino soñado de convertirme en un investigador de las ciencias matemáticas, o bien de las ciencias físicas. En física tenía otro importante trabajo comenzado, el que consistía en ampliar los principios de la Física-Teórica. Creo que las palabras de mi filósofo por excelencia Bertrand Russell son casi exactamente las que han motivado no poder alcanzar mis deseos de dedicarme a la investigación.

“Tres pasiones han gobernado mi vida: el deseo de amar, la búsqueda del saber y una insoportable piedad hacia los sufrimientos de la Humanidad. Las tres, como vientos huracanados, me han empujado a su capricho sobre un profundo océano de zozobra, que llega a alcanzar los límites de la desesperación”.
BERTRAND RUSSELL (de su Autobiografía).-

Por estas circunstancias de creer que por medio de la política se llegaba más rápido a eliminar los sufrimientos de la humanidad, me vi llevado más por la política que por la investigación científica. Conocí desde niño a Pedro Aguirre Cerda, amigo de mi padre, hasta llegar a SALVADOR ALLENDE, quien me conocía por ser yo uno de los tantos jóvenes ayudados por la “Liga de Estudiantes” y además que no era un mal agradecido con esta gran organización de ayuda a los becarios. ALLENDE me conoció cuando yo era el Presidente de los Profesores de la Provincia de Cautín y después tuvo más intimidad conmigo cuando era Secretario General de la Central Única de esta provincia, CUT. Por estas condiciones en varias oportunidades cuando ALLENDE fue candidato a Presidente y venía a nuestra provincia, lo recibíamos en la Estación de los Ferrocarriles del Estado y lo acompañábamos encabezando los desfiles desde la misma Estación Central hasta el centro de la ciudad. En una oportunidad, en la penúltima campaña presidencial, en la que ALLENDE hacía un discurso en el Estadio del Liceo de Hombres de Temuco, tuvo un par de expresiones que no fueron muy bienvenidas, se resolvió por el Comité de Apoyo a su candidatura hacerle presente su error y para eso se nombró una comisión integrada por el Diputado y amigo de ALLENDE, César Godoy Urrutia y además por mi persona, ya que yo era el Secretario General de La CUT. ALLENDE nos atendió muy atentamente en el living de la casa de un amigo médico muy conocido en Temuco, donde él se hospedaba. Cuando entramos en conversación César me quiso presentar como para darle más solemnidad e importancia a nuestra visita, ya que veníamos en carácter de una comisión. Antes que César terminara de explicarle quien era yo, ALLENDE lo interrumpió diciéndole que, seguramente me conocía desde antes que él me conociera a mí. Entonces tuvo expresiones de elogio conmigo, advirtiéndole a César que esto no significaba que yo tuviese una militancia partidaria en el PS, que él me conocía por otras circunstancias.

Días después de ganar las elecciones presidenciales, el presidente ALLENDE me situó entre las personas de su confianza, ofreciéndome un alto cargo que era de su entera responsabilidad. Agradecí la enorme confianza depositada en mí. No lo pude asumir, porque chocaba con mi antiguo proyecto, tantas veces postergado, de terminar mi tesis del Doctorado en Física en la Universidad de La Plata.

Hago este recuerdo cariñoso, ya que SALVADOR ALLENDE fue uno de los presidentes mártires por defender a todo trance la democracia. Él fue consecuente además hasta su muerte con sus principios que eran, por supuesto, los mismos de la izquierda chilena. ALLENDE entregó heroicamente su vida y, entre otras cosas, logró que se hiciera realidad su promesa, cuando era candidato, de otorgar a todos los niños chilenos el medio litro de leche al día.